El Foro de Sao Paulo (FSP), que agrupa a los partidos políticos de izquierda, progresistas y antineoliberales de América Latina y el Caribe (ALC) celebra esta semana en Bolivia su encuentro número veinte. Tal vez el más importante de cuantos se hayan realizado, se produce en un momento signado por importantes avances de las fuerzas populares de la región y persistentes intentos de Estados Unidos para hacerlos retroceder.
A tono con esa circunstancia, los anfitriones bolivianos se han esmerado en la preparación de la cita con el activo concurso de los partidos miembros para lo que se ha tomado muy en cuenta las experiencias en las luchas de masas latinoamericanas y caribeñas de los últimos años. En ellas encontramos formas organizativas diversas, no siempre estrictamente partidistas y menos vanguardistas, y casos como los de Bolivia y Ecuador donde la importancia de los movimientos sociales ha sido decisiva en la llegada al gobierno de las fuerza antineoliberales así como en su consolidación.
El FSP realiza una evaluación sobre la gestión de los gobiernos progresistas de la región así como un debate a fondo y un diagnóstico sobre las tareas que se derivan de la actual coyuntura regional para las fuerzas antiimperialistas y populares de ALC, tomando en cuenta, además, la dinámica situación geopolítica internacional orientada a la multipolaridad y la insondable crisis multifacética del sistema capitalista mundial, particularmente agudizada por la mega crisis estadunidense de 2008, que continúa su curso.
El FSP se fundó en 1990 cuando en ALC, después del derrumbe de la Unión Soviética, solo en Cuba, contra viento y marea, se mantenía viva y en el poder la voluntad política de alcanzar la utopía socialista. Justamente el objetivo de aquella primera reunión fundadora en la urbe brasileña fue el de trazar pautas de acción que permitieran replantearse la acción conjunta de las fuerzas de izquierda de nuestra América en condiciones tan adversas y distintas de las vividas hasta muy poco antes.
Se habían producido ya el “caracazo”(1989) y el levantamiento indio de Chiapas(1994), y existían evidencias de que un gran movimiento de masas encabezado por la izquierda había ganado las elecciones de 1988 en México, arrebatadas fraudulentamente. Estos acontecimientos, ocurridos sin previa coordinación entre sí o incluso totalmente espontáneos como el gran levantamiento popular venezolano, tenían en común el combativo rechazo de los pueblos latino-caribeños a las políticas neoliberales inauguradas por la dictadura militar pinochetista, extendidas rápida y drásticamente a toda la región.
Pero como consecuencia de esas luchas populares, en alrededor de una década y a partir de la elección en 1998 como presidente de Venezuela de ese meteoro llamado Hugo Chávez, llegaron al gobierno opciones antineoliberales en Brasil, Argentina, Uruguay, Bolivia, Nicaragua, Ecuador, Honduras, Paraguay y El Salvador.
Un momento trascendental fue la gran derrota política de Estados Unidos al no lograr la aprobación del Alca en la Cumbre de las Américas de Mar del Plata(2005), resistida principalmente por la acción conjunta de Chávez, Lula da Silva y el enérgico anfitrión Néstor Kirchner apoyados por una gran movilización popular en las calles.
La derrota del Alca había sido precedida por la fundación del Alba entre Venezuela y Cuba en diciembre de 2004, luego extendida a Bolivia, Ecuador, Nicaragua, Dominica, San Vicente y las Granadinas, Antigua y Santa Lucía. Surgió Petrocaribe, y la fundación de Unasur y la Celac constituyeron acontecimientos históricos en los que cobraban vida las concepciones de unidad e integración bolivarianas y martianas.
Frente a estos extraordinarios avances, Washington ha montado una contraofensiva para acosar, aislar y derrocar a los gobiernos latino-caribeños que no se le someten. El caso más evidente es Venezuela, donde se emplea a fondo para derrocar al presidente Nicolás Maduro con las tácticas de la llamada guerra de cuarta generación. De allí el deber solidario de nuestros pueblos con la Venezuela bolivariana y chavista.
Pero al mismo tiempo el gobierno de Obama impulsa una compleja trama desestabilizadora contra todos los gobiernos independientes de la región, que incluyen una arremetida mediática sin precedente, golpes de Estado frustrados o exitosos (Honduras y Paraguay) e intentos subversivos como los recientemente revelados por la agencia AP contra Cuba.
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